“Hay un urbanismo de izquierdas y otro de derechas?” me preguntó un periodista. Respuesta: el urbanismo es de izquierdas, la especulación es de derechas. Si queremos que se nos entienda y se trata de cuestiones importantes las respuestas deben ser contundentes, simplificadoras, provocadoras. Es decir lo contrario del lenguaje académico, erudito, propio del argot profesional o de la retórica de los políticos. El urbanismo nació y se desarrolló como disciplina práctica, de intervención sobre el territorio, para “ordenarlo” con el fin de organizar el funcionamiento de la ciudad y el acceso a los bienes y servicios colectivos de sus habitantes y usuarios. Pero también expresó desde sus inicios una vocación de transformación social, de mejorar la calidad de vida de las poblaciones más necesitadas, de reducir las desigualdades. [1] Esta vocación política ha ido desapareciendo de gran parte del urbanismo actual. Y además el pensamiento, por decir algo, de este urbanismo ha “naturalizado” como evidencias objetivas o mecanismos intocables los efectos perversos del capitalismo especulativo dominante. Hay que combatir las palabras, los pseudoconceptos que obscurecen la realidad y justifican los desmanes urbanísticos. ¿Tiene sentido hablar de ciudades “competitivas” cuando gran parte de la producción de bienes y servicios se destinan al mercado local y solo algunas actividades deben serlo? ¿O exaltar la “participación” cuando en la mayoría de los casos se utiliza por parte de los poderes públicos para generar consenso pasivo y para deslegitimar al conflicto social? ¿No es confusionario proponer la sostenibilidad sin denunciar los efectos insostenibles de muchas obras públicas, del desarrollo periférico extensivo, de la economía y cultura del auto privado, de las legislaciones urbanísticas y financieras permisivas, etc? ¿Son creibles los programas políticos que propugnan el derecho a la vivienda, a la movilidad o al acceso a las centralidades, y sin embargo no proponen medidas para atajar la especulación del suelo y la exclusión de los sectores populares de las áreas centrales renovadas y la regulación del transporte público para que sea accesible, por la extensión de la red y por el precio de la tarifa, a toda la población? ¿Los discursos abstrusos sobre “gobernabilidad o gobernanza” tienen alguna utilidad que no sea contribuir a desrresponsabilzar los gobiernos y a legitimar la inflación institucional? Hoy el mundo desarrollado europeo y norteamericano vive una crisis económica resultante de la alianza impía entre el capitalismo financiero y los gobiernos cómplices por una parte y los “bloques cementeros” y gobiernos locales colaboracionistas por otra parte. Es curioso que en los foros políticos y académicos que debaten las problemáticas urbanas casi no se citen de forma concreta y denunciadora la relación entre la crisis económica, el endeudamiento público y privado, el protagonismo del capital especulativo en las pautas de urbanización y el boom inmobiliario. Por ejemplo en el Foro Urbano Mundial (Río, marzo 2010) y o en la Cumbre Mundial de Líderes Locales y Regionales (Ciudad de México, noviembre 2010). ¿Una omisión culpable de los actores políticos? En parte sí, obvio. Pero también una incapacidad o cobardía de los medios académicos, intelectuales y profesionales, que han continuado en su mayoría o bien haciendo estudios “no comprometidos” o bien colaborando activamente en los procesos perversos que nos han llevada hasta aquí. Hay que saludar sin embargo que se ha producido, en especial en América latina una reacción intelectual, social y política ante la “traición de la intelectualidad urbana”, o gran parte de ella. Los precedentes fueron los movimientos populares urbanos de las últimas décadas , el movimiento de reforma urbano iniciado en Brasil, los centros de estudios (académicos o independientes) que han desarrollado un pensamiento crítico vinculado a las movilizaciones sociales y políticas, publicaciones como el Café de las Ciudades de Buenos Aires que se ha convertido en una referencia internacional. Y más recientemente la emergencia del “derecho a la ciudad” como concepto integrador de un proyecto democrático de ciudad promovido por Habitat International Coalition que ha producido ya interesantes documentos resultantes del trabajo de numerosos colectivos como la “Carta de la Ciudad de Mexico por el derecho a la ciudad” y la obra “Ciudades para todos” [2] En España lo que no han hecho los profesionales y académicos (o solamente algunos) que hubieran debido denunciar con sus medios intelectuales y mediáticos la deriva del urbanismo lo han hecho los jóvenes acampados que han puesto en un primer plano la denuncia de las políticas de suelo y vivienda, el rol especulativo y usurero de los bancos y la marginación impuesta por las pautas urbanizadores dominantes. JB [1] Cerdà, uno de los fundadores del urbanismo moderno, tanto por su práctica (el Plan de Barcelona) como por su obra Teoría general de la urbanización, preconizaba como objetivo de la ordenación el conseguir una “ciudad igualitaria”. Las innovaciones urbanísticas desde mediados del siglo XIX hasta la segunda mitad del siglo XX pretendían siempre justificarse con argumentos higienistas o sociales: zoning, ciudad jardín, ciudad lineal, espacio público (grandes bulevares, políticas de “embellecimiento” urbano), grands ensembles y new towns, etc. No siempre los resultados respondían a los objetivos, bien porque su ejecución introdujo objetivos políticos perversos (Haussman en el Paris del XIX y su voluntad de segregación social y de control del espacio público) o por la acción posterior de los mecanismos de mercado que traducían en el territorio la desigualdad social de los ingresos y del origen social. [2] La Carta por el Derecho a la Ciudad” ha sido elaborado por HIC-América Latina bajo la dirección de Enrique Ortiz y Lorena Zárate (Mexico 2010). El libro colectivo “Ciudades para todos” ha sido editado por Ana Sugranyes y Charlotte Mathivet, de HIC, Santiago de Chile 2010. http://cafedelasciudades.com.ar/carajillo/10_editorial.htm |
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02 enero, 2012
El urbanismo como política I Por Jordi Borja
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